Y vuelta a empezar. Había vuelto a traicionar a mi orgullo y me había entregado en cuerpo y alma, como de costumbre.
Una vez más había dejado de ser aquella adolescente responsable y sensata que había forjado y para la que llevaba tantos años trabajando, para convertirme de nuevo, como cada noche de esas que habíamos convertido en típicas, en esa niña inocente, revoltosa y despistada que no sabía más que fundir su amor en aire y dejar caer todos y cada uno de los soplos de su corazón sobre una balanza que, en el fondo, sabía que jamás se equilibraría.
Y después de aquellos días de lujuria acumulada e indudable pasión, mis sacrificios y mis ganas se desmoronaron, y fracasaron una vez más en un común y desesperado intento por sobrevivir.
Desistí.
Era lo único que me atrevía a hacer a estas alturas de la película. Las páginas de este libro eran ya infumables, se me empezaban a atragantar las palabras, y comenzaba a perder todo el sentido que tenía en sus primeras líneas.
Una semana después, mis pensamientos, mi locura constante y mis ganas de desfogo me llevaron a aquel insignificante bar. Una noche con antiguos amigos, noche de interminables anécdotas. Los miedos esa noche estaban de fiesta. ¿Qué más podía pasarme a mí? Nada. De modo que decidí hacer lo mismo, y conventirme de nuevo en la chica de las mil sonrisas, en esa chica que te incitaba con la mirada a hacer cualquier impensable locura.
Y allí me encontraba, con los tacones más altos de mi armario y los ojos más brillantes que pisaban la Tierra. Paso firme. Cabeza bien alta. Y 11 chupitos entre pecho y espalda. Si algo había aprendido, es que para disfrutar realmente, debía olvidar los problemas, y estando ebria jamás lo conseguiría, y menos por las calles de aquella ciudad.
La música no decaía, y las ganas de bailar menos.
Y entre bailoteos, roces inesperados y movimientos dulces y constantes, siempre sin perder el ritmo que el dj marcaba, allí estaba. Lo vi. No hicieron falta palabras. Nos acercamos lentamente sin perder el ritmo de la noche y sin más comenzamos a bailar.
No sé si fue la cantidad de alcohol que envolvía mi cuerpo, o la euforia del momento y el reencuentro, pero apenas una hora más tarde me encontraba allí, en aquel local, entre aquella gente sudorosa y cansada de rozarse entre sí, con él.
Una puerta entreabierta separaba su boca de la mía. E imposible era no notar sus ojos clavados en los míos. Dos segundos más tarde eran míos. Mil pensamientos me pasaban por la cabeza en aquel momento, como si de la película de mi vida se tratara.
Bonito beso, pensé. Intenso y acalorado.
Quiero más.
Y esas dos últimas palabras todavía rondan en mi cabeza.
Y no me da miedo pensar que, sin ayuda de ninguna caja de madera reciclada, pueda llegar a sentir algo tan sincero, y de una jodida vez recíproco, como es el amor.
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